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Según Lacan «la significación se encuentra en los diccionarios», pero la significancia se encuentra en la relación del significante con el deseo. Tomo algo de este concepto a causa de mi pasión por el lenguaje, que da nombre a esta Escuela. Pido disculpas si reduzco en algo esta idea, parte de las intrincadas y maravillosas teorías de Lacan, frase que tomo, simplemente, como disparador para hablar de Astrología.

Los astrólogos trabajamos en la significancia, escuchamos atentamente al consultante y relacionamos lo que nos dice con los signos que tenemos en la carta natal (con signos me refiero al zodiaco, los planetas, las casas, los aspectos, los tránsitos, etc., etc., vale decir, todas esas herramientas de las que nos dota la astrología, a veces definida como ciencia y arte de interpretar una carta natal. Me atrae la idea del arte, particularmente)

Durante el estudio de este maravilloso lenguaje simbólico, hablamos en algún momento de los “significantes externos”. En lenguaje coloquial, lo que nos pasa afuera de nosotros, tiene que ver con nosotros. Los hechos que nos ocurren tienen una significancia, apuntan a algo, se revelan como deseos.

No existe una barrera entre adentro y afuera para el astrólogo, si una persona se va a al mar unos días para relajarse y reencontrarse, esto no es azaroso, significa algo que nosotros luego traducimos quizás como un tránsito de Neptuno, o un deseo de recargar pilas porque la persona tiene la luna en Piscis, o la forma en que un sol en la casa doce recupera su centro. Quien no conozca el lenguaje de la astrología no entenderá lo que acabo de escribir, pero seguramente comprende que no se trata de explicar todo, sino de encontrar el deseo que se encuentra detrás de un hecho aparentemente fortuito. Hacemos relaciones entre arriba y abajo, entre afuera y adentro, pero no “decodificamos” en forma general, sino en base a ese ADN energético que es la carta natal de cada quien. 

Estos significantes externos se convierten en señales que nos pueden ir guiando hacia una mayor individualidad. Como si la vida misma fuera un sueño, algo que nos quiere revelar un mensaje o nos aconseja sobre un tema. Recuerdo, cuando yo estudiaba, que Eugenio Carutti solía decir que la vida era como un sueño, y sus palabras me cambiaban la percepción de las imágenes que veía en mi propia vida: las volvía plásticas, reveladoras, significantes. Los astrólogos decimos, por ejemplo, que el ascendente de la revolución solar se manifiesta en alguna escena, como vibración, unos días antes de cumplir años o en el mismo momento del cumpleaños. Parece raro, pero es tan simple como decir que la energía se manifiesta tanto afuera como adentro, y tanto arriba como abajo. Cuando una persona se ríe al notar que con el ascendente en Sagitario sacó un pasaje para irse afuera, impulsivamente, o hizo una fiesta carísima, está manifestando la cualidad de abundancia de Sagitario, pero sin saberlo conscientemente. Se abre entonces una pregunta, se penetra una niebla con una pequeña luz, surge una alegría difícil de describir: la de la correspondencia. Lo que es arriba es abajo, pero no lo escuchamos como un saber hermético y ocultista, sino como algo fáctico, simple. 

Podría parecer que, al relacionar los hechos con signos le quitamos su vitalidad, pero, muy por el contrario, lo que hacemos es llevarlos poéticamente a la conciencia. Lo pensamos de una manera sistémica, esto es, los hechos que significan algo ocurren dentro del sistema que es la carta natal, y dentro del sistema que es el devenir de los planetas, un devenir matemático y perfecto. No diríamos, por ejemplo, “si se te quemó el living es porque te falta Marte” Si bien esta decodificación puede ser cierta, lo realmente útil es decodificarlo dentro de todo el sistema de la carta natal, algo así como: “no estarás usando tu Marte porque estás muy refugiado en la Luna en Tauro, o tal vez esté faltando poner más fuego en tu existencia, más arrojo.” Es en esta posibilidad de correrse de una identificación donde el consultante puede hacer de esa señal de que “se le quemó algo” un movimiento que no venga desde el miedo, desde un pensamiento mágico y supersticioso sin aparente lógica. Mi vida pide acción, y el astrólogo me facilita sentir, pensar y pasar por el cuerpo esa necesidad mía. Es el traductor de un mapa, o, como se suele decir actualmente, de un código de mi psique.

Esa sensación de unir el cielo con la tierra no sólo aumenta la noción de sentido, sino que propicia mayor vitalidad, tal como lo decía Joseph Campbell: “no creo que uno desee encontrar el sentido de la vida, sino sentir que mis experiencias aquí abajo resuenan con algo de allá arriba”, y en esa palabra, “resuenan” podemos ver la naturaleza sutil y poética de nuestro estudio y nuestra práctica.

Aumentar nuestra capacidad de escucha es algo que los astrólogos nos debemos; a veces una sola relación entre el código natal y un hecho que está ocurriendo, una sola descripción acerca de como el sistema psíquico está reaccionando a un acontecimiento, es más importante que esa fantasía de explicarle a alguien toda su carta natal. Lo que el otro necesita es relacionar abajo con arriba, no sólo en su intelecto, sino como un sentido que, aún conservando su esencia de misterio, atraviesa todo su ser y le permite estar bien plantado, integrando la vida misma tal como viene y generando nuevas respuestas si eso es posible y pertinente.

La astrología ha sido y es para mí una forma de poetizar. No sé por qué, acabo de recordar parte del poema de Cortázar: “Yo me maté en esa curva, dije, señalando su sonrisa” Que manera tan bella de traducir un hecho, que forma perfecta de reunir todo un momento en solo diez palabras.

Adriana Bonazzi